La cobertura mediática de la reciente Declaración Unilateral de Independencia de Kosovo se ha centrado en el riesgo de conflicto con Serbia y en los riesgos geopolíticos más amplios de las luchas separatistas no resueltas en Bosnia y la antigua Unión Soviética.
Muchos en el movimiento pacifista internacional culpan a las potencias occidentales de la violenta desintegración de la antigua Yugoslavia. Pero la independencia de Kosovo revela otra dimensión de la responsabilidad criminal de Occidente en la destrucción y recolonización de Europa del Este desde 1989. El recién independizado Estado de Kosovo no tiene economía de la que hablar, y su población, pobre y con escasa formación, depende de las remesas de sus familiares en el extranjero, del contrabando y de la ayuda exterior.
El Kosovo recién independizado es el país más pobre de Europa. Su PIB per cápita es de 1.300 dólares, aproximadamente el mismo que el de Ghana o Burkina Faso, y sólo una décima parte del de los países más pobres de la Unión Europea, Bulgaria y Rumanía. La economía de subsistencia de Kosovo permaneció prácticamente inalterada durante los ocho años de gobierno de la ONU, y el nivel de vida de sus dos millones de habitantes sigue siendo inferior al que tenían antes de que el gobierno serbio impusiera el control central de la provincia en 1989.
¿Cómo es posible una pobreza tan aplastante en el corazón de Europa?
Kosovo siempre fue la parte más pobre de la antigua Yugoslavia, con un PIB de aproximadamente el 10% del de Eslovenia, la parte más rica de la federación. Pero el sistema yugoslavo de Tito garantizó inversiones en infraestructuras e industria, educación masiva y la creación de instituciones autónomas, todo ello por primera vez en la historia moderna de Kosovo. A finales de la década de 1980, el líder nacionalista serbio Slobodan Milosevic permitió que la pequeña minoría serbia de Kosovo se apoderara de estos recursos y del poder político, provocando un movimiento masivo de resistencia no violenta entre la mayoría de habla albanesa. Los albaneses fueron expulsados de los puestos de trabajo en la industria y la administración pública, y la mayoría de las familias sobrevivieron con una mezcla de agricultura a pequeña escala y remesas de familiares que trabajaban en el extranjero, sobre todo en Alemania, Suiza y Estados Unidos.
La guerra de la OTAN contra Serbia en 1999 destruyó la mayor parte de la industria y las infraestructuras, bien por los bombardeos, bien por los saqueos, ya que la población albanesa se vengó del régimen yugoslavo que la había humillado. Rápidamente se instauró una administración de Naciones Unidas, que dirigió Kosovo como un protectorado de las potencias occidentales hasta la declaración de independencia a mediados de febrero de este año.
Esta administración de la ONU fracasó completamente a la hora de desarrollar actividades económicas que sacaran a la población de la pobreza. Se vertió tanta «ayuda» alimentaria occidental en Kosovo que la mayoría de los agricultores locales se arruinaron y se vieron obligados a sacrificar su ganado o abandonar sus campos. Se impuso un régimen de libre comercio y el dinar yugoslavo fue sustituido por el marco alemán (Kosovo pasó a formar parte de facto de la eurozona el 1 de enero de 2002).